martes, 15 de septiembre de 2009

domingo, 14 de junio de 2009

interpretaciones y copias




Aquí colgaré las interpretaciones y copias de obras reconocidas por la historia.


Que aproveche y tal


martes, 21 de abril de 2009

Conexiones inverosímiles

.-¡Joé shosho, que hartura!-.

Pues si, estas fueron las primeras palabras que salieron de su boca después de dejar caer pesadamente su mano derecha sobre el despertador. Eran las 7: 15 horas de la mañana y después de tres semanas currando tooodos los días, eso de “Joé shosho, que hartura”, era lo mínimo que podía salir de su boca. Sobretodo si resulta que, además, era lunes por la mañana. Tenía la cara hinchada y tuvo que apartar los rizos de su pelo para poder calibrar con el espejo el estado total de cansancio.

.-¡Uh, pero qué careto, hija!.- Y medio diciéndolo en voz baja, medio pensándolo en alta frecuencia, estiró el brazo para dejar correr el agua de la ducha. Con el sonido de las gotas al caer sobre el plato, su mente se despertó por encima incluso del nivel de despertar del resto de su cuerpo, dio la orden de meterse en el agua y se sobresaltó de golpe al entrar en contacto con el líquido elemento que bajaba directamente de la sierra nevada.

Al poco, salió musitando maldiciones entre dientes, dirigidas al termo-calefactor de la casa, se vistió en menos de cinco minutos, se adornó en otros quince y pasó el tiempo que le quedaba libre hasta las 8: 25 horas, limpiando los restos de la cena y los enseres de cocina. Antes de salir, echó un último vistazo a través de la ventana.-¡Pero quillooo! ¡No me diga tú a mí que te va a poné a llovéeee!.- Dijo a una velocidad que sólo el receptor al que se dirigía podría entender. Salió de casa, entró en el coche y el coche, entró él solito en la caravana de todos los días camino de Granada.

Menos mal que en ese momento le dio por mirar por el espejo retrovisor. Vió a una patrulla de la guardia civil de tráfico. Con un solo vistazo se dió cuenta de que la miraban fijamente, hambrientos de colocar una multa mañanera para así poder llegar al cupo de multas mensuales. Mejor no coger ahora la radio. Tendría que comerse la cola con papas y en silencio.

Respiró hondo. Le gustaba mucho escuchar la vocecilla que sonaba desde hace semanas en su cabeza, como salida de la nada. Como no le decía que matase a nadie ni cometiese ninguna locura, la dejaba sonar libremente.

Por cierto… la voz recitaba poemas.

.-Lento, lento, lento.
Lento es el caminar de mi tortuga,
Lento, silencioso y muy maduro,
No le importa piedra o muro,
Moje lluvia o sople el viento.

Porque lento, lento, lento
Es bailar con sentimiento
Es, subir temperatura
Es sentirte en mis adentros.

Pero lento, lento, lento.
Pero qué lento es mi tormento.
En este pueblo no puedo, y bien lo intento
Conducir con fundamento.
Con sus colas de locura,
Con la poli, ahí jodiendo
Y la gente ¡No se apura!

Entonces, como dejándose llevar por el arrebato del enfado, tocó el claxon y gritó algo a media voz para no parecer muy violenta a los ojos de la guardia civil. El semáforo de cincuenta metros más adelante cambió de color y la entrada a la ciudad se aligeró descongestionando la carretera. Por fin, llegó a la universidad; hoy día es conocida por su labor indiscutible en múltiples ámbitos de la cultura pero, en aquel entonces, entre otros oficios, era la dependienta del economato de Bellas Artes en la Universidad de Granada, y se rompía el alma por tener la tienda siempre a punto aunque eso le costase quedarse a veces sin el primer café con leche de la mañana.

Al llegar se encontró con un ostentoso suministro de bastidores por colocar. Tuvo que apurarse, entrando y saliendo de los almacenes con el material mientras, los tres alumnos que esperaban a que abriese, se limitaban a mirar y a quejarse. No le molestó pero si que le causó un poquito más de estréss.

.-Y todavía es lunes… .- Volvió a jurar.

A media mañana casi no tenían clientes y, su compañera y dueña del establecimiento le dijo de lejos algo así como: .- ¡Niña, te vi a tené que dejá un rato sola que tengo que hacé un recao!.-

Ella no respondió, entre otras cosas, porque no tuvo tiempo de reaccionar. Cuando terminó de asimilar la frase, su compañera ya se había perdido en lontananza. Se quedó unos minutos en pié, frente al mostrador. Todo estaba en orden, no había nada que colocar, nada que ordenar, nada que limpiar, porque ya estaba todo hecho. Después relajó la postura y sacó un palito de esos de pan duro que siempre lleva encima. Mordisqueó y se resignó a esperar que pasaran las horas.

.-Otro mundo existe ahí fuera.
Estoy harta de decirlo.
Como el sueldo en paga extra,
Como joyas para el mirlo,
Como el agua en tierra seca.

Otra vida me atormenta
Y la mía, no está mal.
Curro mucho y caigo muerta
Cual hojita en vendaval.

Mas yo afirmo y aseguro
Que otro mundo existe ahí fuera.
Donde el curro no es tan burro
Y no cabe el preocupar
Por llegar a fin de mes.
Donde nunca falta un duro
Y durmiendo hasta las diez.

Otro mundo existe ahí fuera
Y será…. Pa quien lo quiera.

.-Dime ¿Qué te pongo?-. Preguntó a un cliente distraído que acababa de entrar.- Una beca de estudios-. Contestó el chaval mirando las cuatro monedas que bailaban entre los dedos de su mano izquierda. Le hizo tanta gracia el comentario que se vio tentada a no cobrarle el lápiz que se quería llevar. Se lo cobró y se sentó a esperar la vocecilla.

Al ver que no pasaba nada, tomó la decisión de transcribir los poemas que la voz de bardo le prestaba para llenar sus silencios. Gracias a eso nos pudimos conocer. Ese día redactó tres de los poemas que más le gustaron de los que había oído hasta ahora. Por que esa es otra; a veces se repetían y hasta lo suficiente como para llegar a memorizarlos. Con más exactitud, los que puso sobre el papel fuero tres: “soy serpiente ente tus huecos”, “¿Cuánto queso valgo yo?” y “Cuatro duendes y muchas hadas”.

Siguió haciendo sus cositas de todos los días y cuando volvió a casa solo le dio tiempo a quitarse los zapatos y tumbarse en su sofá, bajo su mantita. Sacó la agenda y releyó el primero en voz alta.

Soy serpiente entre tus huecos,
Inspector de tus adentros.
Te pregunto, huelo, husmeo
Y te visto con mis besos.

Soy scanner de tus huesos,
Resonancia de tus nervios,
Una sonda con misterios
Que se escapan si te veo.
Soy serpiente entre tus huecos.

Las críticas que recibió fueron tan buenas, que a los tres días, su mejor amiga le abrió un espacio de esos gratuitos en Internet para colgarlos y que la gente pudiera leerlos.



Aquel día se levantó con una llamada de teléfono de su madre para recordarle que era el cumpleaños de su hermana. Por suerte no tenía compromisos serios para la mañana y podía quedarse un rato más remoloneando en la cama. Alargó la mano, cogió un block de esbozos de la mesa de noche y comenzó a escribir. Eran las 8, 35 horas de una mañana de las más frías que se recuerda entre los marzos de Granada. Llovía con ganas, respiró hondo y miró por la ventana. Le encantaba respirar lento, lento, lento. Así, concentrado, se vio en la posición de una conductora menudita que, metida en un atasco se calentaba cada vez más la cabeza al pensar que podría llegar tarde al trabajo. Montó la situación delante de sí. Es algo que solía hacer y casualmente, hacía dos semanas que no necesitaba pensar en las imágenes que quería recrear. Le salían solas.

El resto de la mañana la dedicó a ordenar la casa, limpiarla también, repasar sus correos y transcribir sus cuentitos y poemas del block al ordenador.

Fue un día casi como cualquier otro en la consulta del doctor Ortiz que, cayó muy a su pesar en la cuenta de encontrarse sin existencias de masilla para recubrir las caries de sus pacientes. Tan sólo le sobraban unos rescoldos que le habían quedado del primer paciente de las 08:00 de la mañana. Lo había guardado en fresco para que no se secase pero sabía de buena tinta que también la podría haber tirado porque guardar eso y nada era exactamente lo mismo y,… digo yo: También hace falta valor para empastarse una muela a las ocho de la mañana, casualmente, lunes.
Por otro lado, tanto sus amigos como familiares siempre han considerado al doctor un personaje serio, demasiado duro incluso. Hasta María, su hija menor, solía referirse a él como “Ortiz”, a no ser que necesitase algo de dinero, entonces le llamaba “Papá”.
Como iba apuntando, la mañana resultó complicada para muchos. Ortiz despertó sorprendiendo sin querer a su hijita de 17 años mientras se cambiaba de ropa en el lavabo y, más que ruborizarse, se enfadó cual basilisco perseguido por inspector del fisco, al descubrir sendos piercings en los pezones de su hija. Tras una bizarra discusión con las tetas al aire, María optó por quitárselos con desgana y depositarlos en la palma de la mano de su padre.- “Ahí los tienes. Cómetelos”-.
Eran de esos con forma de aro y una bolita en medio, de titanio puro. Los metió en el bolsillo de la bata y se olvidó de ellos por unas horas. En la consulta, los volvió a sacar y los depositó en el porta-clips de su secreter. En ese momento su mirada se tornó grave durante algunos segundos y negó con la cabeza.
.-“!Qué ganas tengo de que se me case de una vez por todas y dejar de preocuparme, por diossss¡”.- Pensó para sus adentros.
A las 10:00 apareció Samanta con el rostro compungido por el dolor de la muela y el futuro dolor del empaste inminente.
.-“A ver qué hago yo aquí con la chiquilla esta”-. Volvió a pensar el bueno de Ortiz. Comenzó a pulir después de matar el nervio correspondiente a la muela en cuestión. Cuando terminó, la paciente seguía bajo los efectos del gas de la risa. No le gustaban mucho los pinchazos. Entonces Ortiz, empezó a hacerse sus cálculos contando con los datos contenidos en la planilla de citas del día.
La solución resultó sencilla: Sólo le quedaban dos empastes por hacer; la masilla daba a duras penas y por sí sola para un solo diente pero si metía una bolita de titanio en cada hueco, llegaría justo para satisfacer las necesidades del día…. Y todo dios contento.
Al salir de la consulta, nada hacía pensar a la ingenua paciente que su boca había sido tuneada a espaldas de su voluntad y, más que remordimientos, por la mente de Ortiz sólo se pasó la siguiente pregunta: “¿Le pitarán en los controles del aeropuerto?”
Cuando llegó el momento de entrar en la cama, el buen doctor ya ni se acordaba de los dientes rellenos de metal ni de los pezones perforados de su hijita adolescente.

Nestor Torre, electricista de profesión, poeta de nacimiento, también salió sin saberlo con un regalo improvisado de la consulta. Le gustaba trabajar, de hecho, ocupaba su vida entera entre cables y versos. Lo peligroso de esto, es que cuando al hombre le entraba la inspiración, su concentración disminuía a unos niveles críticos. Ya podía encontrarse frente a un haz de cables pelados de alta tensión que, si lo cogía en medio de una rima no se daría ni cuenta del peligro. Y así fue. Al salir de la consulta, todavía aturdido, se dispuso a reparar una valla electrificada para el ganado de uno de sus clientes.
“Cada vez que respires
Sin que te lo esperes.
Cada vez que duermas
Sientas o pienses,
Te estaré mirando.
Cada vez que llores,
cada vez que rías,
cada vez que sueñes
cada noche, cada día,
te estaré mirando.
Te estaré mirando aunque me sigas odiando
Porque te deseo y ante mí creces
Porque me perteneces”
Ni siquiera reparó en la subida de tensión registrada en el amperímetro. Olvidó ponerse los guantes buenos, los que no tenían agujeros. La descarga lo lanzó varios metros volando de espaldas en dirección contraria a la valla. En conclusión, dos meses de baja y con los pelos de punta.
Se le ocurrió que podía deberse a los efectos del accidente; a partir de aquel día, cada vez que bajaba la guardia, en su mente surgían imágenes y sensaciones que no le pertenecían. Unos desajustes, pensó, que le serían de gran utilidad para las horas de creación que tenía por delante. De hecho, su propia vida se quedaba muchas veces sin argumento ante su fertilidad creativa.
Ambos crearon una conexión especial e inverosímil sin darse cuenta; lo pasaban bien pensando juntos y, hasta el día de hoy, al menos que yo sepa, nunca nadie ha podido decir que les oyese discutir. Más que nada porque siempre sintieron la presencia del otro y no se echaban de menos hasta que alguno de los dos salía de la ciudad. Se complementaban hasta el punto de jugar a resolver mentalmente los problemas del otro por el simple placer de sentir su alivio.
La pareja perfecta, vamos.
Mi caso es casi irrelevante en toda esta historia. Sólo soy un hilo conector, el primero en darse cuenta de que los poemas que Samanta Fuentes colgaba en su sitio web ya los había visto en algún lugar.
Nestor Torre pasó por mi casa poco tiempo después del accidente. Sentía que su vida había cambiado más allá de lo que esperaba al despertar después de la descarga y decidió marcarse de por vida tatuándose una de esas frases que siempre hemos tenido presentes a modo de axioma moral. Ya me había pasado antes; Me ha tocado tatuar cosas como “Carpe díem”, “Se vende moto” (En letras chinas, claro), “Mi vida loca”, nombres de familiares, “Amor de madre”, pero en aquella ocasión, mi (desde aquel momento) querido amigo Nestor me pidió que le dejase en la nuca un bonito “Joé shosho, qué hartura”.
Durante el proceso me comentó que era poeta y tuve el placer de escuchar algunas de sus composiciones.
Hice lo posible por ponerles en contacto, hablé con ambos y, si digo la verdad, me sorprendió gratamente que me diesen la misma respuesta:
“Ya no hace falta, gracias. Estamos bien así”
fin

sábado, 11 de abril de 2009

Vampireando1.0

- Hubo momentos donde lo llegué a sospechar. Todo indicaba que podía ser fácilmente uno de ellos, los bichos raros del instituto. De hecho, los compañeros de clase se rieron largamente de mí por llevar aquellas gafas oscuras; y ¡Ojo! Que cuando digo “largamente”, no me refiero a los primeros 20 minutos, en los que se sacan las libretas y se discute sobre el programa televisivo de moda del día anterior, no. Estoy hablando de meses, casi un curso entero pidiéndome cupones para el sorteo del sábado.... hasta los profes, vamos. Yo tenía un problema de visión bastante usual, pero no tanto a mi edad ni en personas con mi color de ojos, más oscuro que el de los fotofóbicos más comunes, un problema que me obligaba a usar gafas oscuras hasta en los momentos en los que las luces eran artificiales. Como decía, habían profesores que se permitían el gusto de gastarme bromitas ante el resto del alumnado como: “A ver, tú, lee” –“¿Quién, yo?” Preguntaba; tonto de mí- “No, el ciego no, el de al lado, que ese si que puede” –Contestaba el muy capullo, provocando así una carcajada general para distender el ambiente.- No lo tuve seguro hasta bien llegada la pubertad. El sabor de los “bisteles”, que era como yo llamaba a los bistés, era tan sumamente atrayente que llegaba a esconderme tras los más mínimos recovecos del barrio, para poder engullir varios de esos manjares de una sola sentada; en la guardería abandonada del viejo y oscuro palmeral, en los ruinosos y olvidados barracones de la electricidad de una urbanización abandonada, en las traseras del mercado al por mayor, donde solo entraban los camiones de carga y descarga, en la negritud de mi cuarto... .- La mayor parte de las madres que conozco, estarían más que orgullosas por que sus hijos desarrollen un gusto por la carne como el que yo tenía.... Seguramente, se lo habrían pensado dos veces antes de contestar si la pregunta era si les gustaría que sus hijos se enganchasen como yonkis a todo tipo de carne fresca, casi palpitante y recién cortada. Con mucha sangre.- Por aquel entonces, para poder comerme un simple chicle, debía esperar a que me invitasen los amigos pues, mi capital andaba tan escaso como mis zapatos, prácticamente como el resto de los muchachuelos de la comunidad. Con esto quiero decir, que no podía permitirme muy a menudo este tipo de lujos. Y no piensen ustedes que gastaba un solo duro en comprar la carne del mercado, simplemente se podía decir que tengo suerte y me la ponían en el camino, no se quién, pero estaba ahí y si no estaba, me las arreglaba para que estuviese; Sólo debía alargar la mano y cogerla. Era consciente de que esos arranques míos no eran en absoluto normales pero tuve que hacerme a la idea y aceptarla: tenía un grave problema.- La primera vez que me dio por hacer el salvaje,-ahora que lo veo de lejos me parece una salvajada-, fue en una escapada a la montaña que descansa justo delante de la ventana del salón de nuestra casa. A lo mejor no debería decir “justo”, pues se encontraba echada a unas cuantas decenas de metros, y lo que se ve desde el salón son un par de carreteras en diferentes sentidos y otros edificios como el de nuestro apartamento de protección oficial, pero de solo tres pisos de altura, lo que me dejaba disfrutar con claridad y de manera general, de la vista de la montaña.- Pues bien, pongamos que en su cima, una constructora tenía como objetivo construir un recinto-urbanización de lujo para lo que, de manera provisional, el ministerio de fomento dejó caer una carretera que describía un circuito por donde poder acceder a todas las casas, amén de una serie de búnquers donde controlar los cables de la luz. Poco más pudieron hacer. Después de asestar un buen par de mordiscos a la pobre montaña, comprobaron que el material no era para sus delicados paladares, y vomitaron todo lo comido para marcharse descontentos y dejar el circuito y los búnquers pelados y vacíos.- La mayor parte del tiempo, la montaña era zona de reflexión y soledad. Solía pasear buscando alguna señal del pasado no tan remoto de mi barrio, como: coches abandonados, latas, pensaba incluso que llegaría a encontrar una mochila rebosante de dinero y acompañada de un revolver manchado de carbonilla, aunque lo más interesante que descubrí fue el río de desperdicios secos de la constructora. Otras veces, se convertía en el escenario improvisado de legendarias y furtivas carreras de motos entre los “pendejúos” con más huevos de toda la isla. El escándalo que levantaban se podía escuchar a kilómetros.... Pero aquel día era de los tranquilos.- Buscaba la manera más sensata de meterme en algún búnquer. Tenían la entrada en el techo y su estructura se sumergía bajo el nivel de la carretera. El acceso era a través de una desvencijada escalera de metal con una altura de cinco o seis metros y venía a desembocar en una habitación de casi setenta metros cuadrados, con cajones altos de hormigón que hacían las veces de improvisado asiento para otr@s explorador@s como yo. Allí se iba a medir la intensidad de la corriente que pasaría a las casas; en su día funcionó, pero el cobre se paga, y robaron todos los cables de los búnquers, así como el de la mayor parte de las farolas del barrio. Veía restos del paso de otras personas, pocos de sus pobladores originales. Esto quería decir, que aunque solitario, aquel lugar era visitado frecuentemente por otr@s aburrid@s exploradores de agua dulce, aunque para mí, parecían ser años de desorden y abandono.- Mi imaginación se disparataba intentando sortear los traspiés que el destino había impuesto al sucio agujero.Nada podía haberme hecho imaginar lo que pasaría a continuación. Sabía que estaba solo, porque para mí entender, nadie pasaba por esos sitios, por eso, el llanto desesperado de alguna especie de bebé herido de muerte, me hizo pegar un bote que casi me saca del búnquer. Busqué aterrado la escalera para poder salir y el gemido subió en intensidad. Mis ojos se adelantaban alborotados en búsqueda de una sola señal que hiciera entender qué era lo que estaba pasando. De repente una de mis pupilas consiguió filtrar la imagen que aún hoy tengo grabada en la memoria: una de las rumbrientas compuertas del cajón de los cables temblequeaba sobre sus goznes. Algo con piel rosada y sangrante luchaba por salir mientras daba rienda suelta a sus pulmones para que soltasen los tañidos de una garganta desesperada. Parecía que un perro salvaje y nervioso luchase dentro de mi pecho para poder salir y el inconfundible sudor frío del miedo me empapó la espalda. Cualquiera sabía en aquel momento, qué clase de criatura saldría del cajón.En el momento de su frustrada construcción, la montaña fue horadada por dos motivos: el sistema de electricidad y el de alcantarillado. Ambos tan acabaladamente y con tan poca fortuna, que llegaron a improvisarse galerías para compartir ambas funciones, galerías que desembocaban en los cajones de los búnquers que al desplomarse dejaban nuevas puertas abiertas a los bichos y animalejos que se habían criado en las húmedas alcantarillas.La portezuela volvió a rechinar e instintivamente me agaché para buscar en el suelo algo con que abrirla. Tropecé con la manguera de los haces de cables de alta tensión, de plástico duro y forma cilíndrica. La agarré con fuerza y empujé la portezuela que cayó con alarmante escándalo y formando nubes de polvo sucio. De repente, sentí como mi tobillo se estremecía ante la presión de los afilados dientes de una bola de pelo gris y larga cola que serpenteaba como el látigo de Indiana Jones. Golpeé a la gigantesca rata varias veces con el tubo de plástico, tantas que lo único que pude sentir después era un constante y fuerte latir mientras la sangre chorreaba por mi pie.Miles de burbujas de polvo bullían en el suelo entre chillidos y golpes de manguera. El aire se tornó irrespirable y la garganta se me secó tan rápido... tenía tanta sed. Intenté tragar saliva, pero lo único que bajó por mi garganta fueron bolas de polvo, pelo y mierda de rata pulverizada. Los pulmones se me habían prendido en llamas y las lágrimas de escozor me corrían por la cara y el cuello mezclándose con el polvo y la tierra y formando surcos de roña en mi piel. Cuando mi cuerpo sin fuerzas no me permitió seguir golpeando sólo pude buscar a ciegas un trozo seguro de pared para apoyarme y esperar a que todo se volviese más tranquilo. Poco a poco; muy poco a poco, la nube de porquería se disipó y la atmósfera fue quedando en silencio. Mi seudo-respiración seguía siendo agitada produciendo sonidos por la irritación de mis alvéolos. Intentando mantener la calma fue cuando caí en el llanto. Seguía sonando aunque esta vez cada vez más y más bajo; dentro del armario. No pude evitar acercarme. Estaba tan nervioso que alguna descontrolada glándula me daba fuertes punzadas detrás de las muelas y aún así no me detuve.Se trataba de una cría de gato. Una criatura recién nacida y con la extraña suerte de ser la única que sobrevivió al ataque de las ratas. Parecía tan desvalida, que la pena me hizo apiadarme de ella y la cogí con la mano que me quedaba libre. En esa postura no se diferenciaba mucho de las ratas, excepto por las orejas y la colita peluda. Podía ver su espalda temblequeando estremecida. Note la humedad de su sangre empapando la palma de mi mano, parece ser que estaba herida. Abrí la mano para darle la vuelta y poder limpiarle la hemorragia. Con paciencia fui retirando trozos de piedras y polvo que se había coagulado con la sangre. Entonces me di cuenta de la herida del abdomen, Un corte que dejaba entrever algo más que la sangre y un poco de piel cortada. Esa pobre criatura estaba muriendo poco a poco entre mis dedos a causa de un boquete por las mordeduras de las ratas.Se revolvió inquieta haciendo saltar un fino hilo de sangre sobre mis labios. Puedo jurar ante todo tipo de leyes y religiones, que esa sensación nunca había aparecido entre las muchas con las que me regalan los sentidos. Miles de brazos invisibles tiraban de mis cejas, mis pestañas, mis carrillos, y sobretodo de mi boca en dirección al agujero abierto en las tripas; fue casi sin pensarlo, en un segundo, sangre y tripas entraban por mi garganta, y con ellas, un desgarrador escalofrío erizando hasta el último poro de mi piel. Superior a cualquier orgasmo. Más impactante que la mayor de las sorpresas.Al cabo de unos pocos minutos, me descubrí relamiendo los últimos resquicios de sangre del animal y no fui capaz de entender cómo pude llegar a esa situación. Los ojos del animalito se habían vuelto vítreos, de un color azul claro, de muerte.Esperé a que cayese la noche y salí del mohoso búnquer para dirigirme hacia ninguna parte, sucio, confuso y desorientado.

domingo, 8 de febrero de 2009

una partida de póker

El ambiente se vuelve cada vez más denso gracias al humo del puro de “El guapo”, que se mantenía ajeno a la partida mientras el resto humeaba mariguana y tabaco comercial al calor de las cartas de póker. Parecía un grupo singular y todos se llamaban por motes: “El profe” uno de los dos elementos empollados con fruición frikista en cuestiones de historia de todo tipo, “Primus McPrime” el otro historiador autodidacta, “El Cobra”, también llamado “Guevareitor” por su condición de ser cubano y llamarse Ernesto de nacimiento, “Jairoman”, un señor capaz de tumbar a un caballo pura sangre de una sola torta con una de sus manos, “El banquero” o “El Conde”, que siempre solía presentarse en todos lados con una buena dosis de gomina ordenando pétreamente todos y cada uno de los pelos de su cabeza, y por último, “Sir Pando de la Campa”, que tras presentar cortésmente la partida y explicar las reglas, se atreve a poner orden a las 20:30 horas de la tarde.
Acabamos de entrar en enero de 2009 y entre el frío que baja de la Sierra Nevada y la humedad del ambiente, lo que más se apetece es juntarse con los amigotes a jugar a las cartas ocupando consentidamente el hogar de “El profe”.
Llega el momento en que uno de ellos, “El guapo”, apagando la música, hace callar al resto para con gesto intrigado preguntar-. Señores ¿No les parece que hay demasiado silencio fuera de aquí? .-
Al cabo de unos segundos el primero en hablar es “El conde”, que no le da importancia a la observación y se encuentra en posesión de la mejor mano de la noche, contesta -.Si, eso es porque la verdad está ahí fuera y ahora vienen los de expediente X ¡Ya salió el pijo este¡ Claro, como no juega, se pone a despistar al resto. Seguro que está aliado con alguno. A ver… ¿cuáles son las señas?.-
-. Que no, carajo.- Interviene “El cobra” por su lado -.De verdad que la calle está silenciosa. Normalmente se escucha algún coche o algo rulando, y hace rato que solo somos nosotros los que hacemos ruido.- Deja caer una risilla nerviosa.
-. ¡Cagondiossss¡.- Dice de repente “El profe” -. A ver si me voy a tener que levantar para callaros la boca y seguir jugando. Que nadie me mire las cartas porque la vamos a tener.- Si la frase en sí impone respeto, imagínense además pronunciada con el acento madrileño de “El profe”. Todos sonríen en complicidad. Diciendo esto, se levanta y abre la puerta del balcón. El resto se sorprende de verse de pronto prestando atención a los sonidos del exterior. Sin darse cuenta son atraídos por la pregunta de “El guapo”.
Realmente la calle está muerta. De hecho, no se mueve ni el viento. Son solo las 21:11 de la tarde-noche de un sábado, 3 de Diciembre de 2009 y, por el apacible pueblo de Churriana de la Vega no caminan ni los perros.
Ahora el silencio se extiende al menos durante tres minutos.
-. Bueno ¿Seguimos con la partida o no?.- Interviene con nerviosismo “El Conde”. Al parecer las cartas ya empiezan a quemarle entre las manos. -. No, espera un segundo.- Interrumpe “McPrime” con rictus interrogante. -Mi primo tiene razón. Vivo en esta mierda de pueblo desde hace una puta purriá de años y este silencio no es normal. Es que es de cajón, aquí siempre, como mínimo siempre se escucha algún chucho ladrando por las esquinas o las motos o algo pero no se oye nada más que a nosotros. Déjame a ver, Dan (dice dirigiéndose a “El profe”).- Con esto pasa por delante del anfitrión y sale al balcón estirándose lo máximo posible para ver el fondo de la calle. Ahí no pasa nada en absoluto. Pero nada de nada. Resulta muy inquietante. Ya casi empiezan a desear que alguien estornude fuera de la habitación. Todos guardan silencio y solo pueden escuchar sus respiraciones y el latir de sus corazones.
-.¿Alguien quiere bajar a ver si pasa algo?.- La voz viene desde la esquina de “Pando de la Campa”. Se dirige a “El guapo” por su nombre, más que nada porque comparten vivienda desde hace unos meses, por eso continúa diciendo:-. Coquín, sal tú tío, que así seguimos jugando nosotros.-
-.Si hombre, los cojones.- Responde el aludido.-. Ponte ahora todo el forraje y vete a dar una vuelta. A mí me mosquea la cosa pero si bajo piensa en esto. ¿No crees posible que me pueda quedar yo también en silencio para siempre?.-
-.Ya salió el exagerado.- Interviene “Jairoman”
-. Nadie te va a violar de aquí a la esquina.- Le sigue “el Profe” para intentar convencerlo.
-.Venga “Guapo”, y te invitamos a unas putillas después.- Esto último lo dice “El conde” con una sonrisa picarona en el rostro y los ojos medio entornados.
Entonces, todos empiezan a cantar al unísono -. ¡Guaaapo, Guaaaapo, Guaaaapo¡.-
-.!Bueno, vale ya ¡ .-Sentencia “El Guapo” con firmeza. Callan de repente y vuelven a darse cuenta del silencio angustioso que sigue imperando en el aire. -.Vale, salgo.-
Señala a “El Conde” con la punta del dedo índice-. No te preocupes por las putas, a mí no me hacen falta. Cámbiamelas por unos gramitos de verde, tramposo.- Se pone la chaqueta, el anorak, mueve un poco los brazos y antes de salir exclama sentenciando: -. Esta me la deben.-
Cruza el pasillo, callado como las ruinas, llega al portal de edificio en silencio absoluto, abre la puerta de la calle y al poner el pie en la acera mira hacia el balcón. Los cabrones no están jugando sino mirando por la ventana, esperando la respuesta del guapo; sea cual sea.
Una vez en la esquina, da un último vistazo al balcón antes de perder la calle entera, enfila sus pasos a la principal, San Ramón, esperando escuchar al menos los coches al fondo, en la lejanía….. Nada. Ante esta perspectiva, la acción que le sigue, en otras circunstancias hubiese sido digna de locos, pero allí no había nadie, ni de lejos. ¿Quién le iba a decir nada por gritar como un poseso? -.!!!!AAAAAAAh¡¡¡ ¡¿Hay alguien ahí?¡-. Guarda silencio unos segundos y no oye nada. Este asunto adquiere tintes terroríficos. Da media vuelta y enfila dirección a la partida de pócker. No anda ni quince metros y algo le acelera el corazón como nunca había nada lo había hecho. Primero, unos pasos lejanos a la carrera que se acercan, después, esos pasos se convierten en muchos más, y más, y más. “El Guapo” rompe a correr tan fuerte que no siente tocar los pies con el suelo. Mira tan solo una vez hacia atrás y distingue un millar de sombras vibrando en la distancia. Llega al portal, todavía están todos en el balcón y al verlo correr como alma que lleva el diablo, se tiran todos menos “El Profe” a por el telefonillo para abrirle las puertas, y no sigue al resto en ayuda de “El guapo” porque está petrificado mirando como una marabunta de seres sin forma y en todas direcciones se dirigen a Coquín “El guapo”.
Coquín entra raudo en el edificio y antes de querer darse cuenta ya está en una esquina del salón, temblando como un niño al que acaban de raptar para tirarlo en una piscina de hielo.
-. ¿Qué es eso Coquín? ¿Qué coño es eso? .- Pregunta su amigo, mánager y convecino mientras le agarra de las solapas del anorak.
-. ¡Dios santo¡ ¡Apagad las luces¡ ¡Silencio coño¡.- “El profe”, que estaba viento lo que pasaba a través de puerta del balcón, cierra puertas y cortinas y se aleja sin darles la espalda. Todos permanecen mudos y totalmente acojonados en la oscuridad. Pueden oír como los pasos se acercan exponencialmente y sin remedio, entran en el edificio y llegan hasta la puerta de la casa. Son tantos que también oyen como copan todo el interior del edificio y al alcanzar las puertas se paran a esperar. A juzgar por los pasos que se acercan, calculan que deben ser más de quinientos o mil, incluso. Otra vez silencio, solo roto por los pálpitos del grupo de amigos. Saben que están otra vez en medio de la absoluta nada sonora pero esta vez, se saben rodeados.
La puerta de la casa empieza a resentirse por la presión de los cuerpos apretados unos contra otros, ejerciendo miles y miles de bares de fuerza contra una plancha de nogal y barniz.
-.!Ay dios, ay dios ¡.- Suspira “Jairoman”-. ¡Cállate coño¡.- Le incoa “Guevareitor” con un golpe de codo en el costado.
Caen en la cuenta de haber sido descubiertos porque ahora la presión sobre la puerta parece ser intencionada, rítmica, y cada vez cede más. Están escondidos en el baño, apretujados en la bañera cuando la entrada cede con un chasquido agudo. Saben que los que acaban de llegar no se quedarán en la entrada. Todos, sin excepción, sienten como un sudor frío como el hielo les empapa por completo la cabeza y la espalda cuando oyen otra vez las pisadas en su busca. Se aproximan a la puerta del baño. El pomo repiquetea haciendo amago de ceder. La habitación está fría, húmeda y negra. Tan negra que no se enteran de que “El Conde” cae desmayado a causa de un colapso nervioso.
La puerta cruje, se parte el pestillo, todos gritan y a los pocos segundos todo vuelve a estar otra vez en silencio.

sábado, 27 de diciembre de 2008

Nadia

Entre los múltiples tipos de llanto que podemos escuchar en la tranquilidad del bosque de Bandama, encontramos un silbido casi imperceptible para el oído de los mortales. Por eso, dejaré claro que quien padece lastimosamente en este momento de la historia, es un pequeño ser, ente, una presencia que siempre ha estado ahí. Posiblemente, no el mismo individuo pero, lo que es seguro, es que hadas, trasgos y duendes siempre moraron el pinar que hoy conocemos como el parque natural de Bandama. Civilizaciones que conviven con su entorno sin causarle daño alguno; entre las raíces de los árboles, en el subsuelo, en las copas, algunos entre las plumas que dejan las abubillas al abandonar el nido, a gran altura, siempre ocultas a los ojos de aquellos que puedan significar un peligro.
Seguimos la senda que nos deja abierta el llanto en su viaje al encuentro de nuestros oídos y, si permanecemos en silencio y guardando máxima cautela, podremos distinguir una tímida espaldita coronada por un matujillo de pelo lacio del que escapan dos orejas en punta que se encorva sobre sí misma entre lastimosos pucheros mientras deja brillar a merced del viento, un par de alitas casi transparentes. El conjunto no mide más de seis centímetros de altura. Se llama Nadia y llora porque la han dejado sola.
Es la última hada del Drago que queda en la isla y merodea desde hace tiempo por las montañas con la esperanza de encontrar algún familiar. Ya casi no quedan dragos como los de antes y el resto de los suyos, o han salido en busca de nuevos ejemplares para nunca volver, o se han desvanecido de pena al ver que el árbol que había acogido durante varias generaciones a toda su familia, era arrancado por diversas injusticias del destino.
¿Quién sabe cuánto tiempo lleva Nadia llorando sobre esa roca? ¿Cuánta pena le queda por sufrir para disolverse en el aire como sus ausentes?
Parece que alguien más ha oído el llano de nuestra particular “Campanilla” y su silbido, que viene de más allá del horizonte, hace que Nadia se reincorpore y salga volando disparada a su encuentro.
No podemos verla pero les aseguro que las alas delgaduchas y frágiles que casi no se cogían a su espalda, hacen que ahora se mueva por el aire a tanta velocidad que si milagrosamente llegamos a intuirla, solo podríamos compararla con un rayo de luz azul.
Con la cara afilada por la velocidad, se pregunta si por fin habrá encontrado alguien de su especie con ganas de vivir. Deja que el viento enjugue la última lágrima.
Al otro lado del barranco, un fuego fatuo escapado desde hace siglos de algún conjuro de una bruja de Telde, escucha el llanto de Nadia. No tiene ningún tipo de noción del tiempo y se ha convertido en un eterno bromista; una lucecilla burlona que acaba de encontrar otra víctima con la que entretenerse un rato: escucha el llanto de Nadia, lo reproduce y, simplemente, se esconde a ver qué pasa.
Nadia llega al claro de donde partió el reclamo. Mantiene durante unos instantes su sonrisa de “!Ey¡ Vengo en son de paz”. Pasa un rato y cae en la cuenta de encontrarse nuevamente sola aunque, en esta ocasión, puede sentir la presencia de Coco, el fuego fatuo. Él la mira con tono apagado, ya ha gastado su broma y ahora no sabe qué hacer. Nadia aguza los sentidos y ve como pequeñas llamas violetas envuelven las hojas más altas de uno de los arbustos delante de sí. Se dirige con decisión y cautela hacia Coco y él, reacciona copiando las formas del hada de los dragos y se presenta como su semejante. .-“Buenos días, guapa”.
Nadia se queda inmóvil. Sabe por experiencia que no sólo le bastará encontrar a uno de los suyos para aliviar su soledad, quedan muy pocos y los que encuentra, por regla general están sumidos en profundas depresiones porque se les ha cortado la conexión con su hogar, su conexión con la tierra. Por eso a Nadia le extraña que el recién conocido además, le reciba con un “Buenos días guapa”.
Coco espera la reacción con la intención de entretenerse durante un rato. .-“A ver si se lo traga”. Piensa para sí, y la mira con ojos expectantes.
¿Has visto a los otros?.- Pregunta Nadia tras las presentaciones de rigor. Conoce la respuesta antes de plantearse la pregunta para sus adentros pero, aún así, pregunta.
Coco, por su parte, sólo improvisa, juega con la intención de explorar hasta dónde puede llegar; le gusta mucho su nueva forma, ese cuerpo estilizado, bello, frágil. Está harto de ser una luz difusa en el horizonte y la situación se presenta como una ocasión ideal para probar nuevas experiencias. A fin de cuentas, tampoco tiene mucho sentido hacer que alguien se pierda en una isla tan pequeña.
“Ni idea… digo yo que por ahí andarán”
La naturalidad con la que se pronuncia acerca de tan espinoso tema, hace que Nadia le regale una sonrisa ancha de esperanza. Sus ojos brillan de alegría y no sabe si abrazarlo o cogerle la mano para seguir buscando.
No tardan en ponerse a buscar. Una búsqueda que se prolonga durante días, semanas, ve tú a saber si años incluso…. El tiempo de las hadas es tan relativo….
Aún así, no llegan a encontrar nada. Si, bueno, dragos sí que quedan pero, ¿Hadas? Ni la sombra.
Llega el momento en que el fuego fatuo burlón se olvida de su auténtica esencia. Cuando piensa en el pasado, se niega a remontar su memoria hasta los días anteriores a la presencia de Nadia. En las raras ocasiones que le da por dormir, acurrucado entre los senos de su nueva compañera, a veces deja escapar de súbito alguna llama azul y ella, lo justifica pensando que se debe a que aún no controla las cualidades que le han sido asignadas por el destino a su especie.
En estos días, Coco ya no juega a engañar. Se sientan juntos sobre la roca más alta de Gran Canaria, en Artenara, mientras el sol sale y se esconde oyéndolos reír mientras juegan al juego del amor de las hadas que, como todos sabemos, es mucho más profundo y mágico que el de nosotros, simples mortales. Entonces, una de esas tardes, ambos comprenden porque están en el mundo a pesar de ser cada uno único en su especie. No sabemos quién lo ha dicho de los dos pero aún resuena en sus oídos, en el aire y en la profundidad de las cuevas de la montaña:
“Ya no quiero creer en la vida si no la vivo cogiéndote la mano”
Y es que sea en el mundo que sea, la felicidad no se busca, sólo se encuentra. Eso si, es una pena que siempre nos coja desprevenidos pero…. ¡Qué bien sienta¡
Fin

martes, 2 de septiembre de 2008

martes, 29 de julio de 2008

sábado, 5 de abril de 2008

lunes, 17 de marzo de 2008

carteles de actuaciones
















estos son, como dice el encabezado, algunos de los carteles de mis actuaciones

domingo, 16 de marzo de 2008

viernes, 22 de febrero de 2008

otro corto

www.boumanstudios.com/workingclass
Una cosilla que hicimos para un concurso de cortos en 72 horas: El DIBA

jueves, 14 de febrero de 2008

tatuajes















































































































































































































algunos de mis trabajos y tal